La tradición alfarera de Tonalá cobra vida en el barro canelo, una técnica que se remonta al siglo XVII y que también se conoce como loza de olor. Esta pequeña jarra refleja la maestría mestiza que fusiona la herencia prehispánica con influencias coloniales.
La jarra se adorna con motivos geométricos dispuestos en bandas horizontales. Los pigmentos naturales generan tonalidades que van del terracota intenso al ocre suave, evocando los colores de la canela que dan nombre a esta tradición.
Cada pieza, cocida en horno de adobe, conserva el aroma característico de la arcilla al contacto con el agua y transmite el saber artesanal Tonalá donde este legado ha perdurado generación tras generación.
La tradición alfarera de Tonalá cobra vida en el barro canelo, una técnica que se remonta al siglo XVII y que también se conoce como loza de olor. Esta pequeña jarra refleja la maestría mestiza que fusiona la herencia prehispánica con influencias coloniales.
La jarra se adorna con motivos geométricos dispuestos en bandas horizontales. Los pigmentos naturales generan tonalidades que van del terracota intenso al ocre suave, evocando los colores de la canela que dan nombre a esta tradición.
Cada pieza, cocida en horno de adobe, conserva el aroma característico de la arcilla al contacto con el agua y transmite el saber artesanal Tonalá donde este legado ha perdurado generación tras generación.